“Que la tierra te sea leve compañero”

Así han despedido a Enrique Múgica, con respeto, admiración y nostalgia, sus deudos socialistas, al tiempo que le rendían el último homenaje: “gran persona, gran español, gran político y buena persona; un verdadero socialista, un hombre de Estado”.

El maldito virus nos ha dejado sin él y estas crónicas están pensadas para recoger cuestiones de relieve de este tiempo. Esta es una de ellas.

De familia burguesa y judía, fue a los marianistas, un colegio católico de curas. Comunista de la primera hora, su actividad política antifranquista le llevó hasta en cuatro ocasiones a la cárcel (Burgos y Carabanchel). Condenado a 6 años de prisión en Consejo de Guerra, dejó la militancia en el PCE, por discrepancias ideológicas. Durante su permanencia en prisión se afilió al PSOE, ‘Goizaldi’ durante los años de la clandestinidad.

Siempre alineado con la corriente más socialdemócrata y moderada, fue uno de los muñidores del pacto entre los socialistas vascos y andaluces que encumbró a Felipe González y en la pre Transición un miembro destacado de la Platajunta, órgano unitario de oposición al franquismo.

Sus críticos le colocan en el debe, sus «enredos» en las vísperas del 23-F con el general Armada. Las ansias socialistas por tumbar a Suárez. En su biografía sobre Javier Pradera, el escritor Jordi Gracia desvela nuevos datos sobre esos contactos en 1980. Lo que hablaron ese día, aún está por aclarar, pero Gracia accedió a un informe inédito de la reunión, redactado por Múgica y entregado a Felipe González» .

El lo explicó así: «Nos encontrábamos en plena campaña de elecciones sindicales y los miembros de la ejecutiva federal del PSOE acordamos repartirnos los viajes que íbamos a hacer en apoyo de UGT. A mí me correspondió Cataluña, que recorrí en compañía del, Joan Reventós (primer secretario del PSC. Al llegar a Lérida, y teniendo en cuenta mi interés por mantener contactos con miembros de las Fuerzas Armadas -no en vano soy responsable de dichas conexiones en el partido- comimos con el general Armada.

Esos “escarceos” podrían haber estado en el origen de ese “purgatorio político” que retraso su nombramiento como Ministro de Justicia.  Parece que acabó mal con presidente del Gobierno al que se quejó por su destitución. A partir de ahí, se alineó, más por despecho que por devoción, con los ‘guerristas’.

Abogado de numerosos acusados frente al Tribunal de Orden Público,  mostró coraje democrático como uno de los artífices de la política de dispersión de los presos de ETA, estrategia que siempre defendió con el objetivo de romper el monolitismo en las cárceles de la banda terrorista.

Sus denuncias del nacionalismo excluyente y del terrorismo etarra, dentro de una estrategia de eliminación del adversario político, la “socialización del sufrimiento”, forman parte de su legado. Esa fue en 1996 la venganza de Eta, asesinando en San Sebastián a su hermano Fernando de un disparo en la nuca, delante de su hijo José María. Un terrible mazazo.

De ahí su célebre alegato durante el velatorio de su hermano en la Casa del Pueblo de Donostia: “al contrario de frases convencionales, yo ni olvido ni perdono a los asesinos, a los que los han impulsado, a los que han levantado su mano, a los que defienden o exculpan a ETA y la violencia callejera; quiero decirles que he combatido, sigo combatiendo y combatiré, el terrorismo y la violencia”.

Cómo no iban a detestar los evangelistas de la independencia a este judío, donostiarra y españolazo, que siempre tuvo a gala ser buen aficionado y no escondió su desrecatado hedonismo, taurino y madridista.

En 2000 recibió la llamada de Aznar, con el que mantenía una fluida relación, y de esa frecuencia surgió el consenso para su nombramiento como Defensor del Pueblo, después de un acto entre los dos grandes partidos, que hoy resultaría inaudito. Antes devolvió al partido su carné socialista para, dijo, “no estar contaminado en su gestión”.

Los recelos políticos que suscitaba su figura no parecían corresponderse con la opinión ciudadana. Según el barómetro del CIS de aquel momento, el Defensor del Pueblo inspiraba más confianza entre los españoles que el Gobierno, el Congreso, el Senado o el Tribunal Constitucional.

En 2006, en una solicitud nunca vista en el Congreso, Izquierda Unida, con el apoyo de CiU, ERC y PNV, reclamaron -sin éxito- su cese y reprobación parlamentaria por el recurso que interpuso ante el Constitucional contra el Estatuto de Cataluña. Se mostró crítico con la Ley de Memoria Histórica que impulsó el Gobierno porque podía ser utilizada por «manipuladores de la discordia» para reabrir las heridas de la Guerra Civil. Y llegó a decir que el marco de autogobierno de Cataluña podría convertirse en el «preludio» de la «ruptura de España».

A la tirria que le profesaron los independentistas vascos, se sumó la de los secesionistas catalanes. Pero la razón se la acabó dando el apoyo abertzale al gobierno socialista en Navarra y el de los republicanos catalanes, en la moción de censura que termino desembocando el ascenso de P&P a la Moncloa.

Lector empedernido, con referencias intelectuales y literarias, bien conocidas: Indalecio Prieto -«soy socialista a fuer de liberal»- y Manuel Azaña, además de Albert Camus; coincidió en el Circulo Cultural Guipuzcoano con Luis Martín Santos (“Tiempo de silencio”) y Gabriel Celaya.

Ya no le veré en el Palco del Bernabéu, donde solíamos desgajar ribetes de la actualidad. Era culto, cariñoso y sabía escuchar. Se le veía alejado de la nomenclatura que tomó el poder y mantenía una sonrisa, triste, que se fue poco a poco desvaneciendo.

Sensato, íntegro, avergonzado, él ya no quería cuentas con el partido, cabal y leal con España, por el que luchó. Como Felipe, Guerra, Leguina, Corcuera, Vázquez…y tantos otros, que asisten perplejos y, cada vez menos, silentes, al volantazo de un partido centenario, el de Prieto, Rubial, Lluch, Rubalcaba, Chacón, Alborch…

Presagio de un bello epitafio: “Que la tierra te sea leve compañero”.